Sábado con sol, lindo día después de una semana de lluvia primaveral. Con Dani quisimos pintar de blanco el techo de mi habitación, pero algo de agua de las tormentas había empapado la madera y las manchas amarillentas comenzaron a aparecer.
Entonces, cambio de planes, terminamos la ventana, la sellamos con silicona y la instalamos (mi viejo y Dani lo hicieron, yo me fui hasta el Belgrano a comprar facturas) Con chapa armaron el marco de la ventana y un alero para la lluvia.
Nuestras hijas, mientras tanto, jugaban a que Barbie y Ken tenían sexo para procrear luego de celebrar un matrimonio católico, aunque oficiado por "una cura" (fem. de "el cura"). Luego aceptaron nuestra propuesta , más pagana, de llamarla sacerdotisa. Estuvieron tranquilas bajo la promesa de pasar por la heladería antes de volver a casa.
La otra ventana de mi habitación, tiene mil capas de pintura, me gusta así, descascarada. A través de ella, puedo ver la casilla rodante que perteneció Pinchevsky, espero que irradie ondas violinísticas y lleguen hasta el instrumento de mi hija cuando habitemos allí.
Ya atardeciendo, nos pusimos a pintar una de las paredes, de blanco.
1 comentario:
realmente bella,muy bella. Una huella.
Publicar un comentario